El que piense que pasando la puerta de Burgio, la pizzería más famosa de Belgrano, va a encontrar algo de italiano, que se vuelva a Italia. No debería extrañar que en la Ciudad en que los bares son patrimonio gallego, pizza se pronuncie con la zeta en la garganta. "Dicen que en 1928 la fundó un italiano, pero desde el 60 somos todos galaicos", dice Alberto Méndez, encargado y asturiano, propietario.
Ingresar en Burgio es de por sí toda una experiencia, el aroma que produce el horno a leña y el seductor de la pizza recién horneada, enmarcados por las viejas estanterías sobre uno de los mostradores, abarrotadas de botellas de vino y licores, de latas de morrones, de tomate en conserva y de duraznos en almíbar crean un clima envolvente y atractivamente porteño, atemporal. Un detalle particular son los platos metálicos
El particular clima se complementa con la calidad de los productos aquí elaborados. Junto a la de muzzarella ocupan un lugar preponderante la fugazza y la calabresa, todas media masa. Una mención especial le corresponde al fainá, que gracias al horno de leña adquiere un sabor inigualable. Dice el poeta Rubén Derlis: "Si fuera de este barrio sería uno de sus clientes fijos; por no serlo, suelo llegarme hasta aquí ex profeso cuando quiero entrar a una auténtica pizzería".Francisco, el mozo (otro asturiano), se ríe ante la pregunta de si la gente dejó de tomar moscato: "¿Acá? Ni sueñes. Lo que más vendemos es moscato".
Otros que no dejan nunca de ir son los de la hinchada de River. "Vienen también cuando pierden", comenta Méndez. Y para endulzar derrotas además de moscato recomienda los postres de la casa. "Somos de los pocos que seguimos preparando sopa inglesa como corresponde". El postre (un bizcochuelo borracho cubierto de dulce de leche y crema) asoma en una heladera—mostrador.
Viernes, 1 de Octubre de 2021, al otro día de su cierre. |
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