Se vendía en todos los estadios y estaba asociada a la pasión por el fútbol, pero hoy solo se consigue en el Gabino SosaHay un hilo fino y fuerte, casi invisible, que entrelaza a jugadores de fútbol, escritores, músicos, youtubers, tiktokers y muchos más: el afán por ser popular. Pero, ¿qué es ser popular? La Real Academia Española (RAE) entre sus acepciones, lo define como lo “perteneciente o relativo al pueblo” o “que es estimado o, al menos, conocido por el público en general”.
La pizza de cancha en Rosario nació con un guiño del destino, una estrella propia, un nombre que guiaría su camino: La Popular.
A la Real Academia Española le faltó en su descripción agregar que ser popular no tiene precio, no se compra. Se es o no se es popular. Esa es la cuestión.
Y la pizza La Popular lo es, haciendo honor a su nombre.
Harina, agua, una pizca de sal, tomate, un poco de verdeo y mucho aceite. Ah, y servilletas de papel. Servilletas de bar antiguo, como de papel glasé, que nunca alcanzaban para limpiarse del todo las manos llenas de aceite, pero sí para envolver una porción y mil recuerdos. Y sin queso, para sostener la tradición (y porque sería impracticable, según sus hacedores).
Ese acto de comer una porción de La Popular, era mucho más que saciar el hambre, era abrirse camino hacia un mundo nuevo.
Las imágenes -incorruptibles a pesar del tiempo- del carrito naranja, del pizzero cortando la plancha en dobles rectángulos, de los hinchas más jóvenes que bajaban corriendo los escalones para llegar primeros a comprar.
Imágenes que están abrazadas a la ilusión de una victoria en la antesala de un partido, a la esperanza de dar vuelta un resultado en el entretiempo, a la salida de la tribuna para festejar un triunfo en familia o con amigos.
Quizás con un abuelo ofreciendo el manjar rosarino a su nieto o su nieta.
Quizás un padre o una madre, iniciando a sus nenes en los ritos paganos del fútbol.
Quizás con esos amigos de cancha que son amigos porque uno los ve siempre, aunque no sepa sus nombres.
Y si tocaba una derrota, ese “no importa, vas a ver que el próximo ganamos”. Y una pizza popular como consuelo para que vuelva la alegría.
La pandemia dejó su rastro en la historia. Encuentros por meet, home office, falta de capacidad respiratoria en aquellos que tuvieron Covid y el uso de barbijos y alcohol en manos, entre otras.
Entre las secuelas hay una que todos percibimos, aunque no se hable tanto: la pérdida de esa fantástica ceremonia que sugiere comerse una porción de pizza popular antes, durante o después de un partido del equipo de nuestros amores.
Hasta marzo de 2020 se podía adquirir una porción dentro de los mismos estadios de Central y Newell’s. Ya no.
Quedan aún guardados en la memoria los recuerdos de sus épocas de gloria en el Gigante de Arroyito. Allí, en principio, se podía conseguir en el ingreso de Cordiviola, y años después en la convergencia que se produce entre las cabeceras de la “platea del río” y la “popular de Génova”, donde coexiste el público de diferentes tribunas desde que en los estadios no hay visitantes.
Hay quienes recuerdan también que hasta mitad de la década del 2010 los micros de la hinchada que salían para acompañar al equipo en su derrotero de visitante, con el traslado incluían una pizza La Popular entera cada 4 personas a manera de vianda para el viaje.
Atrás quedaron los tiempos en los cuales se podía comprar en la cancha de Newell’s, en la popular “del palomar”, o incluso desde la platea pasándola a través de la reja que divide ambas gradas. Hay quien recuerda también la bici con el carro, estacionada en el recodo que une “la visera” con la popular “del hipódromo”.
O debajo de la tribuna Tata Martino, donde se pudo saborear hasta la interrupción del fútbol por los casos de Covid en 2020.
Nunca volvió tras ese impasse. Ni en el Coloso, ni en el Gigante.
“Ya estoy grande y el fútbol cambió mucho. A las canchas ya no vuelvo”, dice Armando Lancellotti, de 67 años, el cocinero/artista que produce la famosa pizza de cancha. Actualmente su relación con el fútbol se limita al Gabino Sosa. Armando las prepara, pero no lleva su mítico carrito a la cancha, sino que las entrega al concesionario que es el encargado de la venta minorista.
Lamentablemente, la nueva normalidad es sin pizza popular en las canchas de primera división.
Italiana, como buena pizza
Miguel Lancellotti, papá de Armando, nació en Italia a finales del siglo XIX. Como muchos de los inmigrantes europeos, eligió Argentina para residir. Primero trabajó en el campo y luego se vino a la ciudad. Rosario lo abrazó desde el principio. Aquí se pudo comprar su casa en barrio Azcuénaga, allí tiene su génesis la pizza más célebre entre los rosarinos.
“Mi viejo trajo la receta y la empezó hace 80 años. En la misma casa que yo las cocino hoy. Empezó a vender en un mercado de frutas y verduras del Abasto, que quedaba en Mitre y Pasco. Allí vendía durante la semana. Y los fines de semana, en las canchas” confía Armando.
La pizza La Popular acompañó a los equipos rosarinos de fútbol desde el inicio del profesionalismo. También vivió la época de gloria del ascenso rosarino, con el Trinche Carlovich brillando en el charrúa y con el salaíto jugando a cancha llena en el Olaeta.
La cosa iba bien y hubo lugar para dar el salto: “Mi papá puso una pizzería, un negocio instalado al lado del Cine Mendoza, en Mendoza al 5000. Pero solo duró 2 o 3 años. Mi viejo murió hace unos 50 años, así que fue hace mucho”.
Miguel antes de su muerte legó la obra a su hijo, que tenía 16 años. Una costumbre de la época. Lo aprendido por el padre y la madre, se transmitía como herencia a los hijos e hijas. Armando tomó junto a sus tíos la responsabilidad de producir, quizás, el sabor más característico de Rosario. Un compromiso que siempre se trabajó en familia.
Una luz al final del túnel
Armando nunca tuvo como actividad principal la producción de la pizza popular. Aunque nunca faltó a las canchas rosarinas, siempre trabajó en la distribución de materia prima para panaderías y la venta de pizzas es y sigue siendo un complemento económico.
Lancellotti cuenta cómo se retiró de las canchas: “En la pandemia tuve un problema de salud y decidí no ir más a las canchas. Además, ya tengo mis años. A las canchas no creo que volvamos”.
Su reencuentro con el público canalla fue en el 2021, en el marco del festejo de los 50 años de la palomita de Poy. Estuvo allí con su carrito naranja, recreando una escena del Gigante en principio de los 70. Y dando alegría a los comensales.
En Newell’s la despedida fue en 2020, una tarde entre semana, aún con público y sin restricciones de pandemia. Todo cambió en un par de días. Se multiplicaron los casos y el fútbol tuvo que parar.
Cuando las restricciones se volvieron más laxas y las actividades recuperaron paulatinamente su ritmo el torneo se reanudó, pero al puesto ya no se lo vio. Nunca regresó.
Hoy se puede encontrar en el Gabino Sosa cuando juega Central Córdoba o en la casa de Armando los sábados y días de partido: “Como la gente nos conoce, siempre venían a casa a buscar y les vendíamos. Hoy sigo haciendo eso, en Paraná entre Mendoza y San Juan”, nos consuela.
El tiempo pasa y va horadando a las costumbres como la gota horada a la piedra. Un día, espero que dentro de mucho, todo se convertirá solamente en un bonito recuerdo.
“Aunque nunca se sabe”, dice Armando Lancellotti, nuestro pizzero favorito, y alimenta la esperanza, que es lo último que se pierde.
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