El anuncio de su cierre causó tristeza entre los fanáticos de sus pizzas de media masa y empanadas fritas. El jueves fue su último día.
Barra al frente, latas de conserva y esas servilletas papel de fax. Al fondo, unas pocas mesas, pared con venecitas, espejos con filete. Un escenario sencillo, porque la estrella era la media masa. Burgio supo ser parada obligada para los amantes de la pizza en Belgrano, o quienes salían de ver a River o Excursionistas, del cine o del Playland. Este jueves se anunció como su último día.
Aún no queda claro si es el final definitivo de casi 90 años de historia: este diario intentó comunicarse con su propietario y su hijo, pero no tuvo éxito. Las versiones más fuertes dicen que al local de Cabildo casi Monroe llegará otra pizzería. Otras indican que a su dueño le hicieron ofertas de otro rubro.
Los vecinos sólo saben que la van a extrañar. “Burgio es parada obligada de mi grupo de amigos desde la primaria. Es cierto que en el último tiempo la calidad había bajado un poco, pero los que fuimos fans nunca dejamos de acompañarla. Va a ser un golpe duro dejar de ver a sus mozos, o a esa barra de estilo antiguo”, admite Juan Pablo, que vivió 34 de sus 37 años en Belgrano.
La historia que escribió Burgio entra por los cinco sentidos. “El olor a especias era tan fuerte que te quedaba impregnado en el pelo. Ibas ahí y la gente, al olerte, sabía que habías comido en esa pizzería”, cuenta el vecino Gustavo Wain (58). Javier (43), criado en el barrio, recuerda haber saboreado su “pizza ultra aceitosa”, haber tocado sus “servilletas que no absorbían”, haber oído “sus discusiones de fútbol y política”.
Y haber visto hasta alguna pelea de puños. “Una que me marcó para siempre fue entre un chofer de la línea 60 y un taxista. Comenzó en Cabildo y terminó en el baño de Burgio, con el taxista con la cabeza partida. Sería en el 96 o 97. Obvio que no llegó a mayores y cada uno se fue por su lado”, reconstruye Javier.
En las últimas horas Burgio remató su stock de pizzas: pese a la lluvia, sus fans fueron a experimentar una vez más una de muza servida en plato de chapa. Sus empanadas fritas también tienen admiradores, al igual que su fainá, “que gracias al horno de leña adquiere un sabor inigualable”, habían escrito Esteban Moore y Horacio J. Spinetto en su libro Pizzerías de valor patrimonial de Buenos Aires.
“Hoy fui y vi a dos personas llorando. Era típico centro de reunión de amigos del barrio. Hace 30 años que voy, y tengo 35. Excelentes empanadas fritas de carne. Lo mejor: la fugazzetta y la muza”, resume Agustín Méndez, vecino del barrio y creador de la cuenta de Twitter Historia de Belgrano (@belgranohisto), que subió fotos de los últimos días de la pizzería.
Otros también recuerdan a Burgio con cariño, pero critican sus precios altos. “Eran muy caros para lo que ofrecían y la gente optó por opciones más económicas. Hace una década no podías entrar de la gente que había, pero en estos últimos años casi no había”, observa Wain. Federico (27), otro vecino, coincide: “Quise ir a comprar empanadas hace unos meses y estaban como 120 mangos cada una. Una locura”.
Por último, están los que hacen la pregunta incómoda: ¿Cuántos de los que piden la permanencia de Burgio la visitaron en el último tiempo? Los restaurantes y bares de antaño se enfrentan a una encrucijada: luchar por conservar la identidad que les ganó el amor barrial, cambiar para adaptarse a estos tiempos, o capitular.
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