Y un nombre nunca mejor puesto: El Fortín, allá en Monte Castro, lejos de los neones de Palermo, de San Telmo y del Microcentro pero cerca de sus fieles vecinos del oeste de la ciudad.
Pasamos por la tarde por la esquina de Jonte y Lope de Vega, la esquina principal de Monte Castro, tan indiscutida como tranquila. Solo el barrido del 135 doblando altera la calma de un centro comercial a cielo abierto bien pero bien barrial. Reinan las pintadas del Albo, y de la Peste Blanca, la barra de All Boys. El porteñus promedius se hace fuerte en estas zonas, de veredas anchas y arboleda generosa, donde todavía abunda la gente lavando el coche en la vereda y los abuelos sentados en la silla en la vereda observando el horizonte.
A la noche la calma se transforma: de las cavernas y de los PH salen en la búsqueda de su pizza. Se bajan de la moto, de los autos, y algunos llegan a pata. Empieza la congregación para conseguir una mesa. Lo que era una apacible esquina se transforma en una procesión por una de las mejores pizzas de la ciudad.
El secreto parece estar en no escatimar en ingredientes: la generosa muzzarella dice presente por todos lados, pero no queda allí la cosa: en la napolitana es para nada austero el tomate en musculosas rodajas. La fuga rellena está muy bien, aunque los entusiastas insisten en que pruebe la fainá. Accedí y tuve premio: de las mejores que he probado.
La historia de El Fortin surge en 1962, cuando 5 amigos, vinieron al barrio y abrieron en la esquina de siempre una pizzería, después de andar por diversos bares y confiterías de la Ciudad. Los hermanos Manuel y Andrés Iglesia y Manuel Montaña, se conocieron en España, más precisamente en Santiago de Compostela.
Así comenzó el legado que continúa hoy en día, y cuya llama va a dar pelea para seguir vigente por mucho tiempo más.
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